Comunicación escrita en la empresa.

          3 Quién escribe qué a quién.

 3.1 ¿Qué significa planificar un texto?.

 3.2 Objetivos de un texto.

3.2.1 ¿Para qué se escriben textos?. 

3.3 El texto como relación.

3.3.1 ¿Qué se sabe del lector?.

3.3.2 ¿Cuánto sabe el lector?.

3.3.3 ¿Qué le interesa al lector?.

3.3.4 ¿Qué imagen quiere dar de sí mismo el escritor?.

 3.4 Producción y organización de las ideas.

3.4.1 La documentación.

3.4.2 La producción de ideas: selección.

3.4.3 La ordenación de las ideas: el esquema.

3 Quién escribe qué a quién.

3.1 ¿Qué significa planificar un texto?

 Se pueden distinguir tres fases en el proceso de creación de un texto:

 1) La planificación;
2) La redacción (o textualización; es decir, el momento en que efectivamente se escribe el texto);
3) La revisión de lo escrito.

A continuación, trataremos sobre el proceso de planificación, esto es, el proceso de reflexión previo a la escritura. La planificación es una fase a menudo omitida, ya que a muchos escritores inexpertos les puede parecer innecesaria. Es muy común, por ejemplo, que empiecen a escribir sobre un tema o a responder a una pregunta sin haber meditado sobre lo que van a decir.

El resultado suele ser un texto desorganizado, en el que las ideas se exponen en el orden en que llegan a la mente del autor, un escrito que no está adaptado a las expectativas del lector (al que le resultará demasiado trivial, o completamente incomprensible), un texto, en definitiva, que no sirve para lo que fue creado.

Antes de lanzarse a escribir, es conveniente detenerse a pensar en las circunstancias que rodean al texto, en las características de la situación comunicativa en la que se inscribe.

Es recomendable plantearse las siguientes preguntas y darles una respuesta:

1 Objetivos del texto:
¿Para qué se escribe el texto? ¿Qué objetivo hay que lograr con el texto?  
2 El texto como relación:
¿A quién se dirige el texto? ¿Qué sabe exactamente el lector?.
En función del destinatario, ¿cómo quiere presentarse el autor ante él?, ¿qué imagen pretende transmitirle?
3 Organización de las ideas:
¿Qué debe decir el escrito exactamente?¿Cómo se organizará la información para que la comunicación sea más eficaz?
4 Géneros:
¿En qué género se inscribe el texto? ¿Cuáles son las convenciones asociadas al género escogido?
5 Secuencias textuales básicas:
¿Qué tipo de secuencias textuales (argumentación, exposición, descripción, narración) vamos a emplear en el texto?.

3.2 Objetivos de un texto

3.2.1 ¿Para qué se escriben textos?

Puede parecer que la respuesta obvia es: “para transmitir información”. Sin embargo, la mayor parte de nuestras interacciones cotidianas no sirven para transmitir información “nueva” (piénsese, por ejemplo, en una típica conversación de ascensor), sino simplemente para mantener las buenas relaciones sociales en su equilibrio habitual.

Los textos escritos suelen tener mayor valor informativo que las interacciones orales, pero, de todos modos lo cierto es que no siempre se escriben para informar de algo que implique una reacción inmediata.

Una carta de amor, o una postal navideña, el discurso de alguien al que acaban de conceder un premio, etc. son textos que no dicen nada que el oyente-lector no sepa ya.

Su función es fundamentalmente expresiva, de refuerzo de lo ya sabido, de expresión de sentimientos y estados de ánimo. En términos de información son una redundancia, una repetición que confirma un mensaje importante, al menos para el emisor.

         Todos los mensajes son informativos y pretenden algo más. Un folleto de una agencia de viajes transmite información sobre lugares, precios, itinerarios; pero, el objetivo básico de ese tipo de texto es vender un viaje.

Es posible encontrar textos que satisfacen diversas funciones comunicativas: con un texto podemos advertir al lector de algo (una denuncia en la administración advirtiendo del peligro de derrumbe de un edificio); podemos hacer una petición a quien lo lea (una carta comercial solicitando material urgente); podemos felicitar al destinatario del mensaje (postales de cumpleaños) o invitarlo a una boda (tarjeta de invitación).

La complejidad y amplitud del mensaje es variable. Así, con una crítica de cine publicada en un periódico el autor puede perseguir varios objetivos:

1 Informar a los lectores del argumento, director, actores, condiciones de rodaje, producción, etc. del film.
2 Impresionar a los colegas de profesión con los conocimientos del autor sobre cinematografía.
3 Transmitir las emociones y sentimientos que le ha provocado la película.
4 Despertar el interés de los lectores hacia la película y conseguir, de este modo, que vayan a verla.

Es decir, una crítica cinematográfica puede contener pasajes de textos expositivos (la presentación de la opinión del crítico), pero también puede incluir algo de texto narrativo (una sinopsis o resumen del argumento) y de texto directivo (instrucciones sobre qué películas hay que ir a ver y cuáles no). E incluso el emisor  puede emplearlo para expresar sus propios sentimientos.

Lo fundamental, en todo caso, es determinar claramente cuáles son los objetivos que pretendemos conseguir con el texto. De qué modo, en definitiva, aspiramos a modificar los sentimientos, creencias, percepciones y opiniones de la persona o personas a las que va dirigido nuestro escrito.

Hemos visto que el primer paso para construir un texto es determinar qué objetivo u objetivos debe conseguir. Pensar en ello no es, todavía, escribir, pero es un paso necesario para saber cómo hacerlo.

Los objetivos (juntamente con el resto de temas que trataremos en esta fase de planificación) determinan qué tipo de texto hay que construir, qué estructura tendrá, qué tono empleará, etc. Es decir, “perder” algo de tiempo planificando un texto permite, sin duda, que el resultado final sea mucho mejor, más adecuado. En este sentido, “ahorra” tiempo de revisión.

3.3 El texto como relación.

Un texto es un acto de comunicación, un vínculo entre dos personas, el emisor y el destinatario: cuanto menos sepa el que escribe del que lee (y viceversa) menos posibilidades hay de que se produzca el entendimiento mutuo y más fácil es que el “encuentro” sea decepcionante para alguien (o para los dos).

3.3.1 ¿Qué se sabe del lector?

En muy pocos casos sucede que el escritor conozca personalmente a su lector. Son excepcionales casos como el de la carta privada dirigida a un familiar, el examen que leerá un profesor conocido o los apuntes que se escriben para uno mismo, por ejemplo. Al construir uno de estos textos, la información sobre el lector es muy valiosa, ayuda a crear un texto lo más adecuado posible.

Por ejemplo, las características que el escritor conoce sobre su profesor pueden ayudarle a incluir en el examen la información que éste espera leer y en el tono que le gusta, con el consiguiente aumento de posibilidades de aprobar que ello conlleva.

         Cuando no se conoce personalmente al lector, lo único que se puede hacer es imaginar cómo será el hipotético lector.

Es lo que sucede, por ejemplo, al preparar un artículo para un periódico o revista: el artículo tendrá más de un lector y el escritor no conoce a estos posibles lectores.

A pesar de estas dificultades, el constructor del texto debe utilizar todos los datos de que dispone para imaginarse a su lector medio.

Quizá pueda extraer conclusiones interesantes del análisis del medio en que se publicará su obra, ya que, sin duda, la ideología de una publicación determina las características de quienes la compran.

Antes de empezar a escribir un texto, por lo tanto, es conveniente recopilar todos los datos de que dispongamos del lector que probablemente lo leerá: sus conocimientos, su edad, sus intereses, su ideología, su extracción social y cultural, etc.

El papel del escritor en la “relación” parece bastante sumiso: debe observar cómo es el probable lector y plegarse a sus deseos, intentar gustarle. Sin embargo, esto sólo es realmente así si el escritor, por algún motivo, se ve obligado a captar las simpatías de un lector preestablecido, si tiene que escribir para un tipo de público que no ha elegido.

No obstante, en muchas situaciones el escritor adopta un papel de poder seleccionando a unos lectores y desestimando a otros.

Las lenguas de especialidad o las jergas pueden usarse también para seleccionar a los lectores: así, el informe de un médico es comprensible para otro médico, pero casi nunca para el paciente, con lo que éste queda excluido como posible lector.

Si escribimos teniendo en mente un lector definido con mucha precisión, probablemente impedimos que otros lectores se acerquen al texto (porque entonces no les  interesa, porque no lo entienden, porque no les dice nada nuevo, etc.).

Lo verdaderamente importante es conocer este “poder” y usarlo conscientemente.

Un escritor experto debe escribir textos a medida del lector que ha seleccionado, ajustándose a sus gustos y necesidades, sin excluir inadvertidamente a ningún posible lector.

Puede, sin duda, construir un texto para que no lo lean cierto tipo de personas, siempre que se trate de una decisión deliberada y no de falta de pericia.

3.3.2 ¿Cuánto sabe el lector?

Uno de los puntos críticos que determina la eficacia comunicativa de un texto es que el autor piense previamente en cuánto sabe el lector o lectores potenciales sobre el tema.

Un texto puede tratar un tema de un modo exacto y estilísticamente adecuado, y, sin embargo, fallar estrepitosamente porque el nivel de conocimiento o sensibilidad que se prevé por parte del lector es erróneo, lo que ocurre con materias en las que el autor está implicado emocional o ideológicamente.

También es frecuente en textos de carácter técnico, pues el desconocimiento de términos o conceptos que aparecen los hace parcialmente opacos, y, por tanto, en ineficaces.

Ser consciente de cuál es el nivel de conocimiento de que el lector dispone sobre el tema no solo implica suministrarle la información que necesita, también quiere decir no explicarle cosas que ya sabe; un texto que contenga información obvia, que no aporte nada nuevo al lector durante párrafos y párrafos resultará tan aburrido que sólo los más pacientes seguirán leyéndolo hasta el final.

3.3.3 ¿Qué le interesa al lector?

Además de pensar en qué información tiene el lector, es importante saber cuáles son sus intereses, qué motivos tendrá para acercarse al texto. Hay que despertar y/o mantener el interés del lector.

Cualquier escrito puede interpretarse como un texto publicitario: el producto que pretende vender es el propio texto y algo más.

Cuanto menos motivado suponga el escritor que está el lector para leer un texto, más explícitamente publicitario deberá ser, más esfuerzos habrá que realizar para que resulte ameno, para que contenga ejemplos y comentarios que faciliten la lectura y remitan al universo que el lector conoce y a las cuestiones que le interesan.

La amenidad es una cualidad que siempre se aprecia en un texto y, aunque divertir no sea el objetivo principal de un escrito, nunca está de más procurar que la lectura sea agradable. Las estrategias escogidas para conseguirlo deben ser, eso sí, adecuadas a cada tipo de texto.

3.3.4 ¿Qué imagen quiere dar de sí mismo el escritor?

Hay que contar con que el lector juzgará no solo el texto, sino también, a través de él, al escritor. El caso típico es el examen para determinar si el escritor conoce las respuestas a las preguntas planteadas.

En cierta medida, todos los textos son exámenes para el autor, y mucha gente percibe cualquier escrito que debe realizar como tal.

En la mayoría de los casos, el  texto es lo único que el lector sabe del autor.

Todos los que escriben intentan pasar este examen. Además de conseguir los objetivos para los que se creó el texto (informar al lector, incitarlo a hacer algo, etc.), cualquiera que escribe espera que el lector tenga un buen concepto de él, que se forme una imagen positiva.

No se trata solamente de que nuestro texto sea correcto, esté ordenado, resulte interesante, etc., porque no queremos que los lectores simplemente crean que escribimos bien; esperamos algo más, se trata de que el texto muestre la faceta de nuestra personalidad que conviene en cada caso.

3.4 Producción y organización de las ideas.

Una vez definidos los objetivos y las características del lector, sigue faltando lo más importante: ¿qué hay que poner en el texto? Cuando se habla de la fase de producción de ideas en textos no profesionales o académicos (cartas personales, artículos de opinión, textos literarios, entre otros) se suelen proponer diversos métodos para facilitar la generación de ideas, métodos que presuponen que el autor conoce los contenidos, que las ideas en cuestión están ya en su mente y solo se trata de sacarlas a la luz.

Pero esto no basta en los textos profesionales. Este tipo de textos tratan de temas objetivos, a menudo complejos, y cuyo conocimiento no se deriva de la introspección o de la intuición, sino de la documentación.

3.4.1 La documentación

Leer manuales o artículos específicos, obtener datos a partir del trabajo experimental, conseguir documentos o información a los que resulta difícil acceder son maneras de recabar una gran parte de la información que utilizaremos en el texto.

La parte esencial del proceso consiste en relacionar entre sí estos datos, poner a prueba ciertas hipótesis, extraer conclusiones. Una lista de datos sin relacionar, que no intenten probar ninguna hipótesis, que no estén explicados por un razonamiento no constituye un texto eficaz.

Dominar un tema significa ser capaz de integrar todos los datos en una explicación general, en una gran red que los relacione, tener una visión global del problema.

Las relaciones entre los datos no suelen ser evidentes; encontrarlas es el fruto de un complejo trabajo intelectual.

El tercer paso es valorar la información. Conseguir mucha información tiene sentido si eso desarrolla el sentido crítico, si leerlo todo y pensar sobre ello, lleva a ser capaces de percibir qué datos son realmente valiosos, cuáles son útiles y cuáles conviene desechar.

Es importante entender que documentarse o conseguir información no consiste solamente en apilar un conjunto considerable de libros, artículos, datos extraídos de Internet, resultados de experimentos y encuestas, etc.

Documentarse no es sólo conseguir la información, sino más bien estudiarla, entenderla y asimilarla de modo que se integre coherentemente con el resto de nuestros conocimientos.

3.4.2 La producción de ideas: selección

Una vez documentados sobre el tema que nos interesa, el siguiente paso consiste en decidir qué parte de la información que tenemos aparecerá reflejada en el texto.

Ahora no se trata de “inventar” nada nuevo, sino de todo lo contrario: de seleccionar solamente algunos aspectos y dejar de lado otros. Ningún texto puede reflejar todo lo que el autor sabe en relación con un tema que ha estudiado a fondo.

 Haber reflexionado sobre las características del lector y sobre el resto de circunstancias de la comunicación permite determinar cuánta información es posible transmitir y con qué nivel de complejidad (para un lector experto o que desconoce el tema).

Es importante recordar que un texto es una unidad comunicativa y, como tal, debe estar organizado en torno a una idea central evidenciada en el título.

Un título bien escogido ayuda al autor a organizar la información y orienta al lector, según sus expectativas, a elegir que lee.

Elegido un título que introduzca el texto hay que filtrar la información que, aún siendo interesante y veraz, desvíe la atención del lector, para que no pierda el hilo del texto.

3.4.3 La ordenación de las ideas: el esquema

Seleccionada la información que conviene transmitir mediante el texto, hay que ordenarla.

Dentro del tema del texto, conviene establecer diversos sub-apartados, repartir la información alrededor de aspectos más concretos.

Para ayudar a definirlos también puede ser útil, en este caso, ponerles título.

Aunque un texto ocupe solamente una página es conveniente planificarlo como si se tratara de un libro completo, con partes, capítulos, puntos dentro de cada capítulo, etc.

De este modo, todo el volumen de información obtenido en la fase de documentación se aligera y se ordena para servir al propósito central del texto.

Introducir muchos datos sobre un tema secundario podría llevar a que el texto lo desarrollara durante páginas desviándose de su objetivo inicial.

Es importante que la información obtenida no condicione el escrito, si no que sirvan al propósito comunicativo que el escritor se había fijado.