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Torres y Villarroel, Diego de
Torres y Villarroel, Diego de
(Salamanca, 1693-íd., 1770) Escritor español. Su obra brilla con luz
propia dentro de la literatura dieciochesca, gracias al acerado estilo
de su autobiografía («Vida», 1743-1758, en la que la herencia de la
novela picaresca se renueva con el influjo de las ideas iluministas) y
a la finura satírica de sus versos. Según el relato que él mismo ha
dejado de sus aventuras, en su juventud fue aprendiz de ermitaño,
bailarín, torero, músico y contrabandista durante su estancia en
diversas ciudades portuguesas. En 1714 recibió las órdenes menores,
pero no sería ordenado sacerdote hasta 1745. A partir de 1721
imprimió una serie de almanaques con predicciones, que firmaba
como el «Gran Piscator de Salamanca» y que le permitieron ganar
algún dinero gracias a su fama de adivino: predijo, por ejemplo, la
muerte de Luis I y la Revolución francesa. Gracias a ello, la condesa
de Arcos lo contrató para exorcizar su casa, y Villarroel aprovechó
para quedarse a vivir allí varios años. En 1726 ganó por concurso
una plaza de profesor de matemáticas en Salamanca, de la que fue
despojado por «deshonestidad», aunque volvería a obtenerla en
1734. Se dio a conocer como poeta con «Ocios políticos» (1726),
donde resulta evidente la influencia de la vena burlesca de Quevedo,
autor al que también imitó en «Sueños morales» (1728), una especie
de visión caricaturizada de su época, subtitulada «Visiones y visitas
de Torres con Francisco de Quevedo». Sus otras obras en prosa son
la biografía de «Sor Gregoria de Santa Teresa» (1738), el diálogo «El
ermitaño y Torres», y las piezas dramáticas recogidas en «Talía»
(1738), excesivamente retóricas y de escasa teatralidad. Pero su
obra más célebre es, sin duda, su «Vida, ascendencia, nacimiento y
crianza y aventuras del doctor don Diego de Torres y Villarroel»,
cuyos seis «trozos» fueron publicados entre 1743 y 1758. En esta
divertida autobiografía, acaso la más célebre de cuantas se hayan
escrito en España, el modelo de «El lazarillo de Tormes» y de «El
buscón» de Quevedo se completa con las nuevas ideas literarias
aportadas por Isla y por Benito Jerónimo Feijoo.